martes, 5 de febrero de 2013

Maurice Ravel


Joseph Maurice Ravel nació en Ciboure, Francia, en 1875. Fue un compositor francés. Junto a Debussy, con quien se le suele relacionar habitualmente, es el gran representante de la moderna escuela musical francesa. Conocido universalmente por el Bolero, su catálogo, aunque no muy extenso, incluye una serie de obras hasta cierto punto poco conocidas que hablan de un autor complejo, casi misterioso, que evitaba cualquier tipo de confesión en su música.



Su obra, frecuentemente vinculada al impresionismo, muestra además un audaz estilo neo-clásico y, a veces, rasgos del expresionismo, y es el fruto de una compleja herencia y de hallazgos musicales que revolucionaron la música para piano y para orquesta. Reconocido como maestro de la orquestación y por ser un meticuloso artesano, cultivando la perfección formal sin dejar de ser al mismo tiempo profundamente humano y expresivo.





Un autor que concebía su arte como un precioso artificio, un recinto mágico y ficticio alejado de la realidad y las preocupaciones cotidianas. Stravinsky lo definió con acierto como «el más perfecto relojero de todos los compositores», y así hay que ver su música: como la obra de un artesano obsesionado por la perfección formal y técnica de su creación.


Nacido en el País Vasco francés, heredó de su padre, ingeniero suizo, su afición por los artilugios mecánicos –cuyos ecos no son difíciles de encontrar en su música– y de su madre, de origen vasco, su atracción por España, fuente de inspiración de muchas de sus páginas.

Pocos meses después, en junio de 1875, la familia Ravel se trasladó a París. La influencia sobre el imaginario musical de Maurice Ravel de sus orígenes vascos es discutida, puesto que el músico no regresó al País Vasco antes de los 25 años. No obstante, en la biografía escrita por Arbie Orenstein se menciona que Ravel se sentía muy unido a su madre y que ésta le transmitió su patrimonio cultural vasco (el cual, según Orenstein, habría tenido una gran influencia en la vida y la producción musical de Ravel); según dicha biografía, uno de los primeros recuerdos del compositor labortano eran las canciones folclóricas vascas que su madre le cantaba.  Más tarde regresaría regularmente a San Juan de Luz para pasar las vacaciones o para trabajar.




Sus padres frecuentaban los medios artísticos, fomentando los primeros pasos de su hijo que muy pronto reveló un talento musical excepcional. Comenzó el estudio del piano a los seis años bajo la guía de Henry Ghys. Niño juicioso, aunque también caprichoso y terco, pronto demostró su natural talento musical, aunque, para desesperación de sus padres y profesores, reconoció más tarde haber sumado a sus numerosos talentos «la más extrema pereza.» De hecho, en un principio su padre, para obligarlo a practicar el piano, tenía que prometerle pequeñas propinas.

 Aunque inició sus estudios musicales a una edad relativamente tardía, cuando contaba siete años, siete más tarde, en 1889, fue admitido en el Conservatorio de París, donde recibió las enseñanzas, entre otros, de Gabriel Fauré.  En 1887 recibió precozmente clases de Charles René (armonía, contrapunto y composición). El clima artístico y musical prodigiosamente fértil de París de fines del siglo XIX no podía sino estimular el desarrollo del joven.


Ahí conoció al pianista español Ricardo Viñes, que se convirtió en su amigo entrañable e intérprete escogido para sus mejores obras; ambos formarían parte del grupo conocido como Los Apaches, que armaron revuelo en el estreno de Pelléas et Mélisande de Claude Debussy en 1902. Impresionado por las músicas de Extremo Oriente en la Exposición Universal de 1889, entusiasmado por la de los rebeldes Emmanuel Chabrier y de Erik Satie, admirador de Mozart,  Saint-Saëns y Debussy, influido por las lecturas de Baudelaire, Poe, Condillac, Villiers de L’Isle-Adam y sobre todo de Mallarmé, Ravel manifestó tempranamente un firme carácter y un espíritu musical muy independiente.




Discreto pianista, su interés se centró pronto en la composición, campo en el que dio muestras de una gran originalidad desde sus primeros trabajos, como la célebre Pavana para una infanta difunta, si bien en ellos es todavía perceptible la huella de su maestro Fauré y de músicos como Chabrier y Satie. La audición del Prélude à l’après-midi d’un faune, de Debussy, marcó sus composiciones inmediatamente posteriores, como el ciclo de poemas Schéhérazade, aunque pronto se apartó de influencias ajenas y encontró su propia vía de expresión.

En 1901 se presentó al Gran Premio de Roma, cuya obtención era garantía de la consagración oficial del ganador. Logró el segundo premio con una cantata titulada Myrrha, escrita en un estilo que buscaba adaptarse a los gustos conservadores del jurado y que para nada se correspondía con el que Ravel exploraba en obras como la pianística Jeux d’eau, en la que arrancaba del registro agudo del piano nuevas sonoridades. Participó otras tres veces, en 1902, 1903 y 1905, sin conseguir nunca el preciado galardón. La última de ellas, en la que fue eliminado en las pruebas previas, provocó un escándalo en la prensa que incluso le costó el cargo al director del Conservatorio.




En abril de 1909 Ravel se encontraba en Londres, junto a Ralph Vaughan Williams, para su primera gira de conciertos en el extranjero. Con este motivo descubrió que era conocido y apreciado al otro lado del Canal. En 1910 fue (junto a Charles Koechlin y a Florent Schmitt, en particular) uno de los fundadores de la Société Musicale Indépendante creada para promover la música modernista, en oposición a la Société Nationale de Musique, más conservadora, entonces presidida por Vincent d'Indy.

Pronto dos grandes composiciones iban a causar muchas dificultades. En primer lugar, L'Heure espagnole (La hora española), ópera escrita sobre un libreto de Franc-Nohain, terminada en 1907 y estrenada en 1911, fue mal acogida por el público y sobre todo por la crítica (incluso se la tildó de pornografía). Ni el sabroso humor del libreto ni los atrevidos efectos orquestales de Ravel fueron comprendidos.

Por aquel tiempo, las presentaciones de los Ballets Rusos causaban furor y transformaban la vida de los aficionados en París. El director del conjunto, Serguei Diaghilev, encargaba obras a los compositores más célebres del momento: Ravel no podía ser la excepción. A continuación compondría por iniciativa de Diaghilev el ballet Daphnis et Chloé, titulado Sinfonía coreográfica. Con su presencia de coros que cantan vocalizaciones -no palabras-, Daphnis y Chloé es una visión de la Grecia antigua en la que Ravel se inspiró en la que los pintores franceses del siglo XVIII le habían dado. El argumento de la obra fue co-escrito por Michel Fokine y el compositor. Se trata de la obra de mayor duración del compositor, y por ello fue la más laboriosa. La recepción de la obra fue desigual en el estreno en junio de 1912, lo que causó la amargura del músico.





Sin necesidad de confirmación oficial alguna, Ravel era ya entonces un músico conocido y apreciado, sobre todo gracias a su capacidad única para tratar el color instrumental, el timbre. Una cualidad ésta que se aprecia de manera especial en su producción destinada a la orquesta, como su Rapsodia española, La valse o su paradigmático Bolero, un auténtico ejercicio de virtuosismo orquestal cuyo interés reside en la forma en que Ravel combina los diferentes instrumentos, desde el sutil pianissimo del inicio hasta el fortissimo final. Su música de cámara y la escrita para el piano participa también de estas características.

Hay que señalar, empero, que esta faceta, aun siendo la más difundida, no es la única de este compositor. Personaje complejo, en él convivían dos tendencias contrapuestas y complementarias: el placer hedonista por el color instrumental y una marcada tendencia hacia la austeridad que tenía su reflejo más elocuente en su propia vida, que siempre se desarrolló en soledad, al margen de toda manifestación social, dedicado por entero a la composición. Sus dos conciertos para piano y orquesta, sombrío el primero en re menor, luminoso y extrovertido el segundo en Sol mayor, ejemplifican a la perfección este carácter dual de su personalidad.





Agosto de 1914

La Primera Guerra Mundial sorprendió a Ravel en plena composición de su Trío en la menor que estrenó finalmente en 1915. Desde el inicio del conflicto, el compositor pretendió enrolarse, pero, eximido del servicio militar debido a su pequeña estatura, fue rechazado por ser «más liviano que dos kilos». Por lo tanto, la inacción se convirtió en una tortura para Ravel. A través de varias gestiones, terminó por hacerse enrolar como chofer de camión (marzo de 1916) y fue al frente, cerca de Verdún. Víctima, con toda probabilidad, de peritonitis, se operó antes de ser desmovilizado.  Fue hacia enero de 1917 que el compositor se enteró de la muerte de su madre, noticia que lo hundió en un tormento, sin comparación con el causado por la guerra -del cual nunca realmente se recuperó.  Sin embargo, su actividad creativa, aunque algo retrasada, resistió estas pruebas acumuladas. Aquel año terminó seis piezas para piano agrupadas bajo el título de la Le Tombeau de Couperin (La tumba de Couperin), suite en un estilo neobarroco francés que dedicó a sus amigos muertos en la guerra.



Finalizada la guerra, se había llevado con ella las ilusiones de la «Belle Époque» y había cambiado al músico, como había cambiado a los millones de hombres movilizados en «el gran cataclismo». La máscara del dandy cayó, y fue otro Ravel el que salió de esta dolorosa experiencia. Su producción musical se retrasó considerablemente (una obra al año en promedio, excepto las orquestaciones) pero la intensidad creadora se amplió y la inspiración se encontró liberada.

En 1925, año del cincuentenario del compositor, conoció la composición de la obra quizá más original de Maurice Ravel: El niño y los sortilegios. El proyecto de esta fantasía lírica se remonta a 1919, cuando Colette propone (por mediación de Jacques Rouché, entonces directora de la Ópera de París) la colaboración de Ravel para poner en música un poema propio, titulado inicialmente Divertissement pour ma fille (Divertimento para mi hija.) La recepción del público se mitigó para el estreno de la ópera en Montecarlo en marzo de 1925, pero la posteridad dio el lugar merecido a esta joya del repertorio lírico. Colette ha narrado con humor la relación puramente profesional y distante que tuvo con Ravel durante la elaboración de este proyecto. Mientras que en 1927 termina la Sonata para violín y piano (en la cual introduce un Blues), Ravel era celebrado por todas partes y accedía al reconocimiento mundial por su música.


1928 :   fue para Ravel el año de la consagración. Realizó de enero a abril una gigantesca gira de conciertos por Estados Unidos y Canadá  que le valió, en cada ciudad visitada, un inmenso éxito.  Interpretó como pianista su Sonatina, a veces dirigió la orquesta, pronunció discursos sobre la música que, desgraciadamente, no fueron registrados para el futuro.  Fue también ocasión para él de admirar la belleza de este continente, cuna del jazz que amaba tanto. Conoció, en particular, al joven George Gershwin cuya música apreció en gran medida. Cuando más tarde el compositor estadounidense viajó a Francia y que le pidió tomar lecciones con él, Ravel se negó, argumentando que «usted perdería su gran espontaneidad melódica para componer en un mal estilo raveliano.»

De regreso en su país, Ravel comenzó a trabajar en la que se convertiría en su obra más famosa e interpretada. La célebre bailarina y coreógrafa Ida Rubinstein le había encargado en 1927 un «ballet de carácter español» para el cual el músico adoptó una antigua danza andaluza: el bolero. La obra, que apuesta por durar alrededor de un cuarto de hora con sólo dos temas y una cantinela incansablemente repetida, fue estrenada el 22 de noviembre de 1928 frente a un público un tanto asombrado. Su difusión fue inmediatamente inmensa. Ravel había firmado una auténtica obra maestra a partir de un material casi insignificante, pero él mismo rápidamente quedó exasperado por el éxito de esta partitura que consideraba sobre todo como una experiencia, y «llena de música». 

En octubre de 1928, Ravel recibió el doctorado en música honoris causa de la Universidad de Oxford. En su ciudad natal, inauguró, en agosto de 1930, el muelle que lleva su nombre.






De 1929 a 1931, Ravel concibió sus dos últimas obras maestras. Compuestos simultáneamente y estrenados a pocos días de diferencia (enero de 1932), los dos Conciertos para piano y orquesta son, sin embargo, dos obras muy diferentes. Al Concierto para la mano izquierda, composición grandiosa bañada de una oscura luz y teñida de fatalidad, respondió el brillante Concierto en sol, en el que el movimiento lento es una de las más íntimas meditaciones musicales del compositor. Junto a las tres canciones de Don Quijote a Dulcinea compuestas en 1932 sobre un poema de Paul Morand, los Conciertos marcan un punto final en la producción musical de Maurice Ravel.

En 1932, el compositor hizo una triunfal gira de conciertos en Europa Central en compañía de la pianista Marguerite Long para presentar, entre otras obras, su Concierto en sol. De regreso en Francia, después de haber grabado este concierto bajo su propia dirección, Ravel no tenía más que proyectos: en particular, un ballet, Morgiane, inspirado en Las mil y una noches, y sobre todo una gran ópera, Jeanne d'Arc (Juana de Arco), sobre la novela de Joseph Delteil. Empero, este afán quedó interrumpido.



Desde el verano de 1933, Ravel comenzó a presentar los síntomas de una enfermedad neurológica que lo condenaría al silencio en los últimos cuatro años de su vida. Desórdenes de la escritura, de la motricidad y el lenguaje fueron sus principales manifestaciones, mientras que su inteligencia se mantenía perfectamente y seguía pensando en su música, sin poder ya más escribir o tocar una sola nota. La ópera Jeanne d'Arc, a la que el compositor concedía tanta importancia, nunca podría llevarse a cabo. Se cree que un traumatismo craneano, consecuencia de un accidente en taxi del que fue víctima en octubre de 1932, fue lo que precipitó las cosas;  pero Ravel parecía consciente de este desorden hacía ya varios años.

El público permaneció mucho tiempo ignorando la enfermedad del músico. Cada una de sus apariciones públicas le valía un triunfo, lo que hizo mucho más dolorosa su inacción.

En 1935, a propuesta de Ida Rubinstein (destinataria del Bolero), Ravel emprendió un último viaje a España y Marruecos que le dio un saludable consuelo, pero inútil. El músico se retiró definitivamente a Montfort-l’Amaury donde, hasta su muerte, pudo contar con la fidelidad y el apoyo de sus amigos y de su fiel ama de llaves, Madame Révelot. El mal siguió progresando. En diciembre de 1937 se intentó en París una intervención quirúrgica desesperada en su cerebro enfermo. El 28 de diciembre de 1937 moría Maurice Ravel, a los 62 años. Su muerte causó en el mundo una verdadera consternación, que la prensa retransmitió en un unánime homenaje. El compositor descansa en el cementerio de Levallois-Perret cerca de sus padres y su hermano.


Ravel fue un buen pianista sin llegar a ser un virtuoso (algunas de sus propias composiciones, en particular, el Concierto en sol, que él mismo soñaba interpretar,  le siguieron siendo inaccesibles). Durante su gira americana en 1928, tocó su Sonatina, acompañó en su Sonata para violín y algunas de sus canciones.

En cambio, como director de orquesta, nunca igualó, incluso con mucho, su calidad como orquestación. Las dos grabaciones que dejó (un Bolero de 1930 y un Concierto en sol de 1932) y los testimonios de su época confirman que Ravel no era un virtuoso en el podio.




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